13/05/2025

Últimos podcast

Artículos

La sinodalidad hoy: palabra, escucha y vida

La sinodalidad hoy: palabra, escucha y vida

Por Dra. Susana Nuin Núñez – CEBITEPAL – CELAM

La sinodalidad hoy se evidencia en el corazón de la Iglesia, como un potente soplo del Espíritu Santo, siempre presente y nuevo, ya el Padre de la Iglesia Juan Crisóstomo (347-407) afirmo que: “Sínodo es el nombre de la Iglesia”. Sínodo significa camino conjunto, por tanto, movimiento y comunión. Aplicado a la Iglesia significa que la Iglesia Pueblo de Dios, avanza hacia el Reino en comunión con todos los bautizados, en un clima de diálogo, escucha y discernimiento.

Sínodo es una palabra griega que señala el camino común, bajo la guía del Señor resucitado, que recorre el Pueblo de Dios con la pluralidad de sus miembros y comunidades, con el ejercicio convergente de sus carismas y ministerios orientado al bien común.

La Iglesia es sinodal, es caminar juntos, como afirmó Juan Crisóstomo, en una escucha mutua, para conocer lo que el Espíritu dice a las iglesias. En este sentido Iglesia es un nombre de Sínodo y sínodo es un nombre de Iglesia.

Para una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión es el tema que nos acompaña. Comunión y misión – explicó Francisco son las dos palabras que resumen del Concilio Vaticano II. Ellas, sin embargo, corren el riesgo de quedarse en términos un tanto abstractos si no se cultivan en la práctica eclesial.  Esta es precisamente la intención del proceso sinodal: escuchar sin pre-conclusiones, dentro y también más allá de la estructura eclesial.

La sinodalidad, es un don del Espíritu, para un mundo que tiene sed de unidad en la diferencia, en la multiplicidad de la diversidad. Es una dimensión constitutiva de la Iglesia hoy. El decidido impulso del papa Francisco a la Iglesia universal hacia la sinodalidad corresponde ubicarlo en este ejercicio de escucha de la realidad y propuesta alternativa desde los gérmenes de la presencia del Resucitado y de su Espíritu en la sociedad (cf. EG 275-280) que viene articulando desde el inicio de su pontificado.

La sinodalidad es una expresión que se hace palabra, escucha, y vida, es una forma de vivir y obrar que explicita y articula la esencia comunional de la Iglesia: se refiere a la corresponsabilidad y a la participación de todo el Pueblo de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. Por tanto, no es una simple técnica con pautas de procedimiento, sino un modo de ser y estar del cristiano en la Iglesia y el mundo. Este caminar juntos —laicos, pastores, Obispo de Roma— es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica. De hecho, la conversión pastoral para la puesta en práctica de la sinodalidad exige que se superen algunos paradigmas, todavía frecuentemente presentes en la cultura eclesiástica, porque expresan una comprensión de la Iglesia no renovada por la eclesiología de comunión. Entre ellos: la concentración de la responsabilidad de la misión en el ministerio de los Pastores; el insuficiente aprecio de la vida consagrada y de los dones carismáticos; la escasa valoración del aporte específico cualificado, en su ámbito de competencia, de los fieles laicos, y entre ellos, de las mujeres.

La pastoral de cada comunidad eclesial, si realmente quiere pasar de la conservación a ser misionera, está invitada a interactuar a fondo y de modo creativo con la emergente etapa para ofrecer la Buena Nueva desde el marco relacional trinitario que la empuja a vivir la sinodalidad. Este ejercicio-diálogo le permitirá “desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía” (EG 220) desde la luz del Evangelio, como sendero de convivencia intercultural y como experiencia espiritual plena en Cristo, el totalmente humano y plenamente divino. Asumiendo que el Espíritu es quien, en primer lugar, con imaginación e imprevisibilidad, crea la diversidad; en todas las épocas en efecto hace que florezcan carismas nuevos y variados. A continuación, el mismo Espíritu realiza la unidad: junta, reúne, recompone la armonía (…). De tal manera que se dé la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia. Desde la tensión creativa capaz de articular lo uno en lo múltiple o el somos iguales pero diferentes que evidencia el pluralismo, o “la unidad en la diferencia” como expresa el Papa, todos modos de expresar el desafío estructural de nuestra época.

La sinodalidad no se gesta desde decisiones en escritorio o estructuras eclesiales de participación que indican a los demás lo que hay que hacer o por donde caminar, sino desde “la circularidad entre el ministerio de los Pastores, la participación y corresponsabilidad de los laicos, los impulsos provenientes de los dones carismáticos según la circularidad dinámica entre ‘uno’, ‘algunos’ y ‘todos’”. La reciprocidad constitutiva de la comunidad creyente, desde el intercambio de diferentes dones, intensifica la mutua colaboración de todos en el testimonio evangelizador a partir de los dones y de los roles de cada uno, sin clericalizar a los laicos y sin secularizar a los clérigos, evitando en todo caso la tentación de ‘un excesivo clericalismo que mantiene a los fieles laicos al margen de las decisiones”. En el testimonio de esta unidad en la diferencia radica mucho del futuro misionero y evangelizador de la Iglesia, porque podrá ofrecer al mundo de hoy un modo concreto y real de vivir el pluralismo de un modo que evita los excesos del relativismo y el fundamentalismo. Pero esto no se ha de predicar, sino de irradiar con la vida, vida de comunidades de fe que reflejan esa comunión con un Dios que es unitrino y participan de esta unidad en la diferencia. Así, el Evangelio penetra en la profundidad de las personas, solo cuando se establece ese nivel de diálogo interpersonal y existencial.

La sinodalidad es el “nosotros eclesial”, supone corresponsabilidad, participación de todas/os las/os fieles, diálogo con diferentes culturas y religiones, libertad de opinión, escucha de todas/os con especial atención de los pobres y su piedad que es un lugar teológico, apertura a la ecología. Tiene que ver decididamente con todos. La vida sinodal configura a la Iglesia como Pueblos de Dios en marcha y asamblea convocada por el Señor. Expresa la condición constitutiva de sujeto que le corresponde a toda la Iglesia y a todos en la Iglesia. Desplegando la comunión evangelizadora del Pueblo de Dios en el tiempo y el espacio. En la Iglesia, la sinodalidad se vive al servicio de la misión. La dimensión misionera de la Iglesia exige dar un paso adelante para promover una renovada espiritualidad sinodal capaz de involucrar a todos. Se trata de desarrollar una praxis sinodal que comunique la alegría del Evangelio y responda a los signos de nuestro tiempo. Debemos tener presente que toda forma institucional del discernimiento sinodal debe abrirse a la sorpresiva novedad del Espíritu. Recordando en la esencia misma de la Sinodalidad que los discípulos de Cristo deben ser “contemplativos de la Palabra y también contemplativos del pueblo (EG154).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  • Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad para la vida y misión de la Iglesia, 2018.
  • Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2013.
  • Carta Encíclica Laudato si’, 2015.
  • Carta al presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, 2016.
  • Lucas Cerviño 75 Medellín 176 / Enero – Abril (2020).
  • Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 1964.
  • Constitución Pastoral Gaudium et Spes.

Foto: Vatican News

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial
WhatsApp