“Tejiendo futuros, protegiendo vidas: con quienes iniciar procesos de diálogo social: subsidiariedad”

ENCUENTRO JUBILAR Y SINODAL PARA EL DISCERNIMIENTO ESPERANZADOR SOBRE EL FUTURO DE LA VIDA Y LA FAMILIA – 17 al 19 de septiembre de 2025
CONVOCÓ: Red Latinoamericana de Pensamiento Social de la Iglesia (REDLAPSI) ORGANIZARON: Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II (PITJP II) Pontificia Academia para la Vida (PAV) Pontificia Comisión para América Latina (PCAL) Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) Adhirieron: Dicasterio para la Cultura y la Educación CÁRITAS, América Latina y el Caribe Confederación Latinoamericana de Religiosos.
Ofrecemos uno de los temas desarrollados como pistas propuestas en el cierre del evento:
Por Dra. Susana Nuin Núñez
Ya la palabra tejer es colma de intensidad efectiva, afectiva, estética y propositiva para todas las culturas en distintos puntos de la familia humana. Se teje en Asia, en África, en Europa, en las Américas, en Oceanía. El tejer no conoce diferencias, tejen los hombres y tejen las mujeres, tejieron los pescadores que siguieron a Jesús. Se tejen redes de trabajo variado, tapices, abrigos, siempre el tejido lleva aun en las redes más amplias una trama que lo hace posible, una trama que le da firmeza, que entrelaza los hilos y establece y permite los cruces más interesantes, en fortaleza y en estética.
Tejiendo futuros es una propuesta desafiante, vivimos un presente enclavado en la incertidumbre, no me dedicaré aquí por espacio y porque cada uno de Uds. podría aumentar la lista sobre este mundo incierto desde las distintas regiones donde se encuentran. Me detengo sí para una profundización.
Una primera clave para vivir tejiendo un futuro esperanzador desde el Evangelio, nos llama a salir de una cierta ingenuidad, en tiempos de mareas muy altas, de grandes tormentas sociales, culturales y políticas. Para poder enraizarnos en un futuro esperanzador es indispensable comprender que la incertidumbre puede volverse una tabla de salvación si la aferro con decisión en el oleaje del alto mar en el que vivimos. La propuesta de Jesús de Nazareth encarnada en su vida fue y continua en el tiempo siendo una navegación de alto oleaje, de constantes tormentas. ¿Entonces podemos ser y vivir menos que el Maestro? Se trata de reconocernos personas que hace tiempo dejamos el confort, la comodidad de un cristianismo mecedora, donde nos acurrucamos para estar a salvo. ¿A salvo de qué, de quién? Lo incierto nos está arrastrando día a día, llevándonos, por la calle de no saber qué hacer. Por lo tanto, si queremos vivirla y que no nos lleve como un torrente río de inundación, la incertidumbre requiere mirarla frontalmente, conocer su cara, su nombre en cada situación, reconocerla, y decidir navegar con ella, no negándola, no ignorándola, sin ingenuas interpretaciones. Entonces todo futuro se asocia al de Jesús de Nazareth, se asocia a esa humanidad que camina o navega desde siempre en la historia con mejores y peores vientos, tormentas y oleajes.
¿Cómo navegar el presente?
En primer lugar, ampliando miradas, extendiendo nuestras concepciones y cosmovisiones que suelen ser cuevas que nos atrapan, sacan y dividen del único contexto de ser familia humana situada. Se vive allí, en cada comunidad, barrio, ciudad, ruralidad, en lo local pero nunca más a ojos circunscriptos, limitados, negadores de esa vocación amplia, realizadora y comprometida a la que estamos llamados.
Otra segunda clave del presente y asumiendo los oleajes del mundo actual, es sin duda darnos cuenta de una vez que el camino más directo sin parafernalias, sin ritualidades, sin aparatosidad es el otro, la otra, es el hermano, la hermana. Una clave determinante en el mundo religioso, debemos tener el coraje de despojarnos de tantos envoltorios y una vez asumida la incertidumbre, abrazar con fuerza esa expresión máxima de lo sagrado que es Dios presente en los hermanos. La escritura lo evidencia, diciéndonos con fuerza que es Su imagen, que sea quien sea es un hermano, y que allí habita Su presencia, a veces ofuscada, pero siempre presente.
Entonces proteger vidas cobra un enorme significado, no son solo los que están en peligro, son todos los amenazados por la misma convivencia humana cuando no se reconoce la fraternidad universal. Todos nuestros continentes viven en sospecha y en amenaza, y que poca sabiduría nos habita para darnos cuenta de que, en realidad, los agentes de la amenaza actúan cuando el resto de la sociedad observa como en una película aquello que sucede. Estamos ante realidades que nos trascienden decimos y nos enterramos en el pozo de nuestros compromisos cotidianos. Proteger vidas nos llama a discernir juntos escenarios, estrategias, caminos, rutas, autopistas. Y la sinodalidad nos ha trazado una posibilidad verdaderamente esperanzadora, nos muestra la convivencia posible, discernir como una posibilidad única de comprender los signos de los tiempos y el cómo poder transitarlos siendo esperanza, que quiere decir respuesta, resurrección.
Claves fundamentales
Encontramos en el legado del Papa Francisco dos caminos posibles: el diálogo social que nos ofrece Fratelli tutti y el principio de la DSI de subsidiariedad, son dos autopistas, podemos comprenderlas, enunciarlas, pero no llegar a comprometernos.
Francisco, apuesta por una Iglesia que esté en disposición de dialogar, escuchar, acoger, expresar, de accidentarse, para construir desde el horizonte de la fraternidad una realidad distinta. En el contexto del Sínodo de la familia, el papa dijo: «La Iglesia no tiene miedo de ensuciarse las manos discutiendo franca y animosamente sobre la familia» más aún, en la familia humana, hermandada en la fraternidad.
El diálogo es la apuesta valiente para no quedarse encerrado en los fixismos morales y abstractos, sino en emprender con una lógica distinta el cambio epocal de la contemporaneidad afirmó Francisco. El Diálogo social es expresión de una conciencia abierta, no aislada; es el producto de la experiencia de la cultura del encuentro en la conciencia recta de las diferencias como enriquecimiento. El diálogo es social porque está arraigado en el pueblo –todos somos pueblo–, pues todos están en la capacidad de dar y recibir, de participar y de aportar algo, de estar abiertos al camino del discernimiento y la búsqueda de la verdad. Por eso el diálogo social es incluyente, porque reconoce a todos e involucra a todos como pueblo. Como tarea fundamental de una actitud dialógica, es el rescate de la alteridad, pues «el otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. La forma de potenciar el diálogo, según Francisco, es no quedar atrapado en las diferencias, e incluso, como apuesta valiente, no quedar enredado en la visión inmediata de la crisis; la realidad es superior a la idea, y la sobredimensión de las diferencias como barreras imposibilitan un auténtico desarrollo, una forma de clausurar el futuro. Por ello, «no hay que detenerse en lo conflictivo, la unidad siempre es superior al conflicto.
La propuesta social de Francisco está arraigada en el diálogo social que es una materia permanente y pendiente «hasta que no haya más niños sin acceso a la educación, familias sin hogar, obreros sin trabajo digno, campesinos sin tierras que cultivar y tantas personas obligadas a emigrar hacia un futuro incierto; que no haya más víctimas de la violencia, la corrupción o el narcotráfico». Hasta que no se construya entre todos y con todos un proyecto de sociedad en que prevalezca el diálogo en forma de encuentro y, por tanto, se reconozca el aporte particular de cada miembro de la sociedad, seguirá el círculo vicioso en el que todo se pierde. Sin embargo, lo global no anula lo local; un diálogo social desde el pueblo, que es su principal protagonista, hace posible que los grupos sociales o cuerpos intermedios puedan vivir armónicamente desde la cooperación particular de cada uno.
La referencia de san Pablo al cuerpo puede ayudar en esa comprensión de la realidad social como cuerpo social en la que hay miembros intermedios. Una mano no puede decirle al ojo: No te necesito (cf. 1 Cor 12,21), por tanto, ningún miembro de la sociedad o cuerpo social podría decirle a otro que no es necesario; el concepto de integralidad de la persona también puede ser llevado a la integralidad del cuerpo social; todos son necesarios, todos están llamados a participar y a cooperar debido a sus causas, según su nivel de responsabilidad.
La subsidiariedad, en la relación del todo y la parte, lo que ha sido denominado por la sociología como «subsidiariedad horizontal», y en un modo más pleno y real la subsidiariedad circular, que deriva de la interdependencia y la corresponsabilidad. Desde la subsidiariedad, el diálogo comprende además la actitud de presuponer, esperar siempre algo bueno del otro y que, si no es posible encontrar esas chispas de bien, comprender las razones profundas de las diferencias, pues en un ejercicio ético del diálogo no caben totalitarismos ni generalidades; el deber de la identidad conlleva que cada uno en el diálogo debe ser aquello que es y favorecer que el otro sea realmente lo que es. No es un mimetismo de opiniones ni yuxtaposición de posturas, sino un ideal superior que desemboca en la paz como estilo de convivencia en la unidad y, por último, en la comunión. Todo esto es posible con la participación libre, consciente y responsable. El diálogo requiere de habilidades, el escuchar, el hablar, el argumentar, el razonar, el discernir, y cada una de ellas depende de la voluntaria aceptación de los participantes. El diálogo no se impone; de igual manera, una actitud dialógica no se exige, sino que se cultiva, se construye, se fomenta, se propone como invitación de una auténtica reciprocidad, en la alteridad; por tanto, el diálogo no es orgulloso ni hiriente, sino que es un ejercicio común de esa realidad que merece ser discernida y que necesariamente debe y puede ser cambiada.
Por último, un paso de conversión para hacer posible este ambicioso e interpelante título puede ser: reconocer seriamente que no podemos seguir caminando solos y me refiero como instituciones, no podemos seguir solo cultivando la plantita de nuestro propio jardín, menos aun compitiendo o rivalizando con aquellos que con caminos distintos, formas variadas, estrategias múltiples sienten y piensan en una misma clave cristiana, o sea abiertos a las diferentes iglesias, a las religiones que comparten la regla de oro, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que diciéndose sin fe, actúan en coherencia a profundos valores. Llegó la hora de dar un paso serio: saber articularnos, saber entretejernos, permitir al Espíritu que nos teja con quien quiera y como quiera, dándole espacio al discernimiento comunitario, a la vocación de diálogo que llevamos dentro como parte de nuestro ADN, pero su crecimiento debe ser una elección consciente y decidida.
Dra. Susana Nuin Núñez – Ciudad Nueva Interamericana