13/05/2025

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“El Siglo XXI es especial para la Sinodalidad”

“El Siglo XXI es especial para la Sinodalidad”

Entrevista a Juan Carlos Scannone, realizada en mayo de 2019 y publicada en la edición N° 1 de la revista Ekklesia Latinoamérica y Caribe de noviembre 2019 – febrero 2020.

Por Santiago Durante y Carlos Mana

–A lo largo de los años se ha estudiado mucho sobre la Trinidad y al día de hoy usted habla de la Trinidad como “Comunión”. ¿Cómo podría explicar brevemente este concepto puntual?

–Scannone: La Trinidad es un solo Dios, pero tres Personas distintas. Según von Balthasar, la distinción es la máxima que hay, en la máxima unión, porque es Identidad de un único Dios. Y de allí que los teólogos, por ejemplo Karl Rahner (yo estudié con él en Innsbruck), diga que la unidad y la distinción son tan originarias la una como la otra. En alemán se dice: gleich ursprünglich; es decir, igualmente originarias. Entonces yo digo que el concepto paralelo de la Unidad, basado en la Trinidad es el concepto de la diferencia, en la distinción. Nosotros tenemos, con Piero Coda y otros profesores, un grupo de reflexión de antropología trinitaria, donde luego aplicamos este concepto de la Trinidad a la realidad nuestra, a la comunión de la Iglesia, que culmina con la comunión eucarística.

Hay un teólogo importante, Gisbert Greshake, que tiene un libro sobre la Trinidad como comunión. Nosotros estuvimos acá en 2006 en un congreso interdisciplinar (filosofía, teología y ciencias sociales), “Comunión, ¿un nuevo paradigma?”. E invitamos, entre otros, a Greshake, que nos habló sobre esto. Y uno de nuestros profesores, el padre Gonzalo Salazar, que pertenece también a este grupo de antropología trinitaria, ha trabajado sobre ese tema en su tesis doctoral. Dice Greshake que en la teología especulativa primero se pensó la Trinidad sobre todo como sustancia, una sola sustancia en tres relaciones subsistentes. Esto fue en la Edad Media, con Santo Tomás de Aquino. Luego se pensó como sujeto, en Hegel; él mismo dice que la sustancia es sujeto. Hegel asume lo válido de la teología de la sustancia, en la que él habla del sujeto, porque ya el sujeto explícitamente está diciendo que el sujeto es consciente y autoconsciente. Es decir, espiritual. Aún no dice sustancia. Y en cambio –dice Greshake–, ahora se está pensando la Trinidad como comunión, sin negar que sea sustancia y sujeto. Pero reinterpretando qué significa sustancia y sujeto, en el caso de Dios, desde la comunión. Y la comunión está justamente diciendo la unidad, en el caso de Dios; y la identidad en la distinción, en este caso, las Tres Personas Divinas. Que para von Balthasar es la máxima distinción que puede asumir todas las otras distinciones. No solamente la distinción entre Dios y la creación, entre todos nosotros, etc., sino aún la de pecado. Por eso la puede redimir –la Trinidad–, porque es amor. Dios es amor. Y el amor dice unidad en la distinción. Un ejemplo es el matrimonio. Jean-Luc Marion tiene toda una fenomenología sobre lo erótico. Habla no solo de la familia, sino que fenómeno “erótico” puede ser la relación con Dios y puede darse aún en la amistad, que no solamente es algo agápico, un amor desinteresado, sino también “erótico”, en el sentido de que cada persona aporta a la otra, entonces hay en cierta forma un recibir –un interés desinteresado–, desde el otro. Y él entonces pone allí el ejemplo de la familia. O si no también cuando en la teología trinitaria, en la Edad Media, Ricardo de San Víctor habla del Amado, el amante, que a su vez ama al Amante y el amor, como tres instancias, para explicar la Trinidad. Y en el tercer momento habla del codilectus, es decir, por ejemplo: que en la familia, un padre y una madre tienen más alegría cuando el marido o la esposa, respectivamente, aman al hijo, al co-amado, al codilectus, más que a sí mismos; hay un amor desinteresado hacia un tercero. Y, entonces, Ricardo de San Víctor los presenta como modelo, como ejemplo o figura de la Santísima Trinidad: el Amante ama al Amado, éste al Amante, y ambos, al co-amado, que al mismo tiempo sería el amor en persona.

Usted mencionó la Creación: ¿esa comunión justamente es entendible también en la relación entre nosotros con todo nuestro entorno natural, esta “casa común”, como la llama el papa Francisco?

–Claro. Lo dice explícitamente el papa Francisco al final de la encíclica Laudato Sì. Por eso, un principio que él usa es que todo está interconectado. Y lo basa en el hecho de que la Trinidad son relaciones subsistentes, interrelacionadas. Entonces dice que toda la Creación tiene una impronta trinitaria. Y yo distingo ahí, tomando la frase de Francisco, y digo: tanto a nivel del ser, ontológicamente; como en el nivel del conocer, epistemológicamente. Porque él dice que “todo está creado en su ser según un misterio trinitario, y deberíamos tomar la Trinidad como una clave para conocer la realidad. Cada uno se autorrealiza no individualmente, ni en un sujeto colectivo. Sino al contrario, en la interrelación con los otros. Von Balthasar pone el ejemplo de la madre. Cuando la madre sonríe o habla al niño, despierta al niño a su propio ser, en una relación en la que luego también interviene el padre, por supuesto.

Pero nosotros, dice el Papa explícitamente, no solamente somos más y maduramos en nuestro ser; sino que nos santificamos más aún cuanto más nos relacionamos con los otros; cuando salimos de nosotros mismos, de nuestro propio amor, querer, interés, de nuestro amor propio hacia el amor al otro, en el caso del niño y de la madre, pero también hacia el amor aún hacia nuestros enemigos. Pero entonces, el Papa lo aplica también hacia nuestra hermana madre tierra, a la Creación en el sentido pleno. Por eso dice que todo está “interconectado”. Y cada cosa se “autorrealiza” cuanto más sale de sí misma para darse en don hacia los demás. En la fenomenología, en la filosofía actual, hay un filósofo católico muy importante (que ya lo nombramos), Jean-Luc Marion, de Francia, que desarrolla la filosofía del “don”, el estar siendo dado, siendo donado, por eso luego tiene otro libro sobre el fenómeno erótico. Pero su libro, para mí el principal, Siendo dado, es toda una descripción fenomenológica de la donación, del don. Por eso cada uno siente, primero, una especie de don primordial, un llamado que hace que respondamos a ese llamado, sería lo más propio de nosotros.

El padre Fares, un jesuita que está en la Civiltá Cattolica, discípulo de Bergoglio, leyó los apuntes del doctorado que Bergoglio iba a hacer sobre Guardini. Y ahí él dice que cada uno de nosotros siente un llamado primordial, una vocación. A nivel bíblico diríamos que somos elegidos, llamados y misionados. Es decir, elección, vocación y misión. Cada uno en algo distinto en la vida. No es lo mismo usted que yo, o que él. Cada uno, aún los no cristianos. Ese sería el llamado primordial que es nuestro nombre, que nos da Dios cuando nos llama. Entonces aquí tenemos el tema del llamado y de la respuesta como un don y un contra-don de amor. Lo que sería la base de la comunión y que luego, normalmente, no queda entre dos sino que se abre hacia un tercero. Es decir, que está abierto, por ejemplo en el caso de la amistad, a muchos. Es lo que pasa en la comunión de la Iglesia. O en la familia: a lo mejor no hay un solo hijo o hija, en muchos casos, sino muchos. Esa es ya la base de la comunión trinitaria, de la comunión eclesial y que se alimenta y culmina en la comunión eucarística. Por eso el tema de la comunión es clave.

–Yendo más al rol de la Iglesia hoy, el Papa usa algunas metáforas que son muy interesantes: la Iglesia como hospital de campaña, en salida, el poliedro, el sínodo, este caminar juntos, la pirámide invertida, que tienen una fuerza profética que convoca. ¿En qué medida la Iglesia en su conjunto adhiere a estas metáforas proféticas del Papa?

–Si las realizáramos, si las lleváramos realmente a la realidad, ¡sería el Reino de Dios en la tierra! Es decir que vamos hacia allá, nunca las llevamos completamente a la práctica. Así como es el llamado, el nombre del que hablábamos. Los guaraníes dicen que cada uno de nosotros somos un canto. Ese nombre o ese canto que cada uno de nosotros somos nunca lo realizamos plenamente. El mismo Marion va a decir que la respuesta nunca llega a plenificarse completamente a no ser en Jesús o en la Virgen. Algo de pecadores tenemos. Siempre retaceamos la respuesta. Pero, sin embargo, vamos hacia allá. Lo mismo pasa con la Iglesia. Yo creo que muchos, lamentablemente no todos, han escuchado ese llamado del Papa. De que la Iglesia está en salida, por eso muchos lo han votado. El cardenal de La Habana en Cuba que escuchó decir a Bergoglio que hay que quitar la autorreferencialidad de la Iglesia y de una Iglesia en salida, dijo que eso movió mucho a los cardenales para que lo votaran. Hay muchos que hemos escuchado la voz del Papa que deseamos vivir esa sinodalidad, ese caminar juntos; ese poliedro, es decir, donde las diferencias se valoran pero en la unidad, en una sola figura, pero en donde entran todas las diferencias. Pero un poliedro en movimiento, porque el poliedro es estático; tiene que estar en movimiento para ir logrando esa comunión cada vez mayor en la Iglesia, esa sinodalidad.

Por otro lado hay otros que no aceptan la voz del Papa, buscando razones, y de alguna forma aún operan en contra. Pero un poco es lo propio de la Iglesia militante, esa lucha entre el bien y el mal. No solamente el mal fuera de la Iglesia, sino también dentro: somos justos y pecadores, hay un mal y pecado que hay que ir redimiendo. Evidentemente somos pecadores y tenemos muchas deficiencias. Muchas veces son los mártires, semillas de nuevos cristianos, son los que pagan esa redención así como Cristo en la cruz murió por nosotros para que resucitemos a una vida nueva. Y en Pentecostés aparece esa comunión, ese poliedro, de que todos confiesen la misma fe en distintas lenguas; es decir, según distintas culturas, distintos enfoques, distintas perspectivas, pero en la unidad de la misma fe. Ahí se está realizando la comunión, lo contrario de lo que había ocurrido en la torre de Babel, de la que viene la dispersión por la soberbia humana. Acá, por el amor, que es el Espíritu Santo, se vive la comunión, pero cada uno en su propia lengua. Y sin embargo es la misma fe.

–¿Por qué es tan importante en la Iglesia, a nivel socio cultural de la humanidad de hoy, este aspecto de la sinodalidad, este “caminar juntos”, quizás respecto de épocas anteriores?

Por un lado es algo esencial en la Iglesia, ya desde el comienzo. De tal manera que ya empieza la “Iglesia de los judíos”, “Iglesia de los paganos”… Y se va inculturando en el imperio romano, en los griegos, luego en los germanos, etc. Es decir, esa sinodalidad es esencial a la Iglesia. Sin embargo, aparentemente, en esta época, Dios nos pide que la explicitemos. Se daba, pero sin hablar de ella. O por lo menos, no de esta forma. Se daba ya con esto que yo decía de Greshake, al concebir, como un paso nuevo en la teología, a la Trinidad como comunión, explícitamente. Y al repensar desde la Trinidad como comunión todos los capítulos de la teología y los artículos de la fe. Se iba preparando esto que ahora se hace más claro en Francisco. Yo pienso que por un lado hay como un nuevo caer en la cuenta, más claramente, del papel del Espíritu Santo en la Iglesia. Sin recurrir a lo del abad Joaquín de Fiore, que decía que había un momento del Padre, un momento del Hijo, un momento del Espíritu Santo. ¡Eso no! Pero sin embargo, ha habido, sí, acentuaciones. Y en este momento se ha redescubierto el valor del Espíritu Santo, aún para la cristología, aún para el tratado de la Trinidad, para toda la teología, para toda la Iglesia y la praxis eclesial. Como, por ejemplo, el discernimiento de los espíritus. En el mismo papa Francisco, etc. Entonces, eso nos lleva a revalorar lo que yo decía de Pentecostés: una Iglesia en comunión, la unidad en las diferencias, no solo culturales, sino también teológicas, de estilos, de espiritualidades. Que son distintas, pero todas coinciden hacia la unidad, se complementan y se fecundan mutuamente. Entonces yo creo que este siglo veintiuno es especial para la sinodalidad. Hay un dimensión esencial de la Iglesia, pero también un momento, un kairós o una ocasión propicia, especial, en la actualidad. Probablemente porque la humanidad lo necesite en esta época de globalización. Es una especie como de modelo para una globalización alternativa. Actualmente la globalización es más bien económica y en favor de intereses, digamos, económicos de las multinacionales, en donde prevalece, al contrario, una división entre, como decía san Juan Pablo II, países cada vez más ricos y países cada vez más pobres. O por lo menos una grieta muy grande. Y lo mismo sucede a nivel político: existe esa competencia. Ahora existe una guerra comercial entre China y Estados Unidos. Pero también en Europa existe ese rechazo. También en América. Existe ese rechazo a los migrantes, a los refugiados, a los extranjeros, un falso nacionalismo que vuelve. Y como remedio para eso, justo, el modelo de una Iglesia sinodal, para una cultura del encuentro, como dice el Papa. En cambio estamos viviendo una época de desencuentro. En la encíclica Laudato Sì, él habla del paradigma tecnocrático. Y ese paradigma tecnocrático, justamente, crea desencuentro: lo que él llama la cultura del descarte. Se descartan no solo las cosas, que ya no sirven, sino también las personas. Por eso, algunos son como desechos. Él mismo lo decía en Aparecida, luego lo retoma ahora como Papa. Entonces lo que decimos es lo contrario de esa cultura del descarte, del desencuentro, de ese paradigma que en el fondo va hacia un individualismo competitivo o si no, hacia una totalización, como por ejemplo, pasaba en el marxismo. Una totalización colectivista que no tenía en cuenta a la persona. La comunión tiene en cuenta a cada persona. Y, al mismo tiempo, a la comunidad como comunidad. ¡No es ni socialista ni individualista! Yo pienso que a esta época, entonces, le viene bien como remedio, como respuesta para una globalización bien humana, según el Evangelio. Y al mismo tiempo sirve contra esa cultura del descarte y del desencuentro. Lo de la iglesia sinodal es una especie de modelo para la humanidad.

–Recién habló de este deterioro ecológico, económico y sociocultural, producto del paradigma tecnocrático. En ese sentido, ¿imagina un viraje más vinculado con un soplo del Espíritu Santo o también un viraje que venga más desde abajo?

El Espíritu Santo opera a través de nosotros. Por lo tanto viene desde arriba y desde abajo al mismo tiempo. Es decir que así como Jesús, para actuar en el teatro del mundo (el Theodrama, comodiría von Balthasar), es el Hijo de Dios, pero hecho hombre. El Espíritu Santo opera a través de los hombres, inspirando, llamando, moviendo a los hombres. Somos nosotros los que actuamos en la historia gracias a esa luz y a esa fuerza del Espíritu Santo. Creamos novedades en la historia gracias al Espíritu Santo, que es el Espíritu de novedad. No es el Espíritu Santo quien se pone a actuar en medio de nosotros, sino que lo hace a través de nosotros. De tal manera que viene, al mismo tiempo, de arriba y desde abajo. Es decir, somos también nosotros esos actores. Por eso se da un desafío a nuestra libertad. Porque nosotros podemos aceptar la moción del Espíritu Santo, su llamado, su misión o, al contrario, rechazarla, porque somos libres. Y ahí viene el desafío. No es una lógica necesaria, como lo era en Hegel o en Marx. ¡No! La historia es una historia de la libertad, pero al mismo tiempo está orientada por el Señor. Y aun del mal se saca un bien, como pasa en el caso de los mártires, por ejemplo. Todo ese mal tremendo que sufrieron los mártires riojanos, con el asesinato del obispo Angelelli y sus compañeros mártires. Uno de ellos fue alumno mío, estudio acá, Carlos de Dios Murias, el franciscano. Sin embargo, ahora eso se redime. Y, al contrario, es para mayor bien de la Iglesia. La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. Y lo mismo pasa, aunque no haya martirio de la sangre, con los sufrimientos, los trabajos, las dificultades. El Papa mismo, que está luchando, es parte de esa trama de la historia. Según yo interpreto la Encíclica Laudato Sì, ya hay, no solo resistencia, sino un comienzo de superación del paradigma tecnocrático, cuando él habla de que lo auténtico humano se filtra como en la niebla, por debajo de la rendija, y se mete. Y en ese contexto pone tres ejemplos de superación del paradigma tecnocrático en distintas situaciones. Pienso que todavía es algo incipiente, pero ya emergente. No es meramente una posibilidad sino una posibilidad real, y una emergencia que depende de nosotros, de nuestra libertad: si aceptamos el desafío o no lo aceptamos. Cómo respondemos al llamado del Espíritu Santo, para revertir y superar el paradigma tecnocrático moderno. Uno de los libros que el papa Francisco cita en la Encíclica, es El fin de los tiempos modernos, de Romano Guardini. Porque algunos hablan de posmodernidad o modernidad tardía, pero se está gestando algo nuevo, aún no sabemos bien qué es. No podemos darle nombre. Pero está en la línea de una superación del paradigma tecnocrático.

–¿Cuál es el papel que la Iglesia latinoamericana cumple en cuanto a este camino sinodal? ¿Qué aporte puede dar en este sentido?

Ya lo está logrando. Y ahora se la desafía a que dé más. Cuando se creó el CELAM (Consejo Episcopal Latinoaméricano), fue una institución que mostró que América Latina y el Caribe, de alguna manera, somos una Patria Grande, como ya lo decía San Martín, Bolívar, Artigas, etcétera, es decir, que tenemos una unidad por las lenguas, las culturas, la religión y la historia. Mucho más, a lo mejor, que Europa. Aunque en Europa, si bien una cosa es un noruego, otra cosa un griego o un andaluz, sin embargo, hay una unidad. A diferencia, quizás, de la China o la India, por ejemplo. Mucho más nosotros, por esa Patria Grande, por la cultura, por la lengua, la religión católica o cristiana en general.

Es decir, que hay algo común que se manifestó en la Iglesia, sobre todo, entre otras cosas por la creación del CELAM, en la Conferencia de Río de Janeiro. Y luego las Conferencias Generales del Episcopado en Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida, hicieron crecer esa conciencia eclesial en la unidad de la Iglesia en América Latina y el Caribe, que a su vez tiene que estar al servicio de la unidad a un nivel más amplio cultural, económico, político, jurídico. Justo leía hoy que la nueva conducción del CELAM está proponiendo la posibilidad, al menos, y probablemente, la realización de otra nueva Conferencia, después de la de Aparecida, que fue en 2006. Ahora estamos en 2019. No han nombrado los directivos de los distintos departamentos pero sí han nombrado dos obispos por cada región, ocho en total, tal como está dividida América Latina y el Caribe para el CELAM. Es como para repensar la misión del CELAM para este momento, que sería, por un lado, el servicio de la comunión y de la sinodalidad de la Iglesia de América Latina y a su vez, por lo tanto, como región, como continente. Y por otro lado, de la línea que lidera el papa Francisco. Entonces si eso se lograra sería un avance muy grande, interno para la Iglesia. Y, al mismo tiempo, un servicio aún para la política, la economía, la cultura, para América Latina y el Caribe, que sin perder las idiosincrasias nacionales, sin embargo, nos consideremos, como lo somos, una especie de Patria Grande o Patria Común.

–¿Cómo lograr ser cada vez más sinodales en nuestras pequeñas comunidades, en nuestras iglesias locales?

–En el fondo es salir de sí mismos y ponerse al servicio de los demás. Mutuamente, recíprocamente. Y por otro lado, también, aceptar al otro como es y tratar de colaborar juntos. Es decir, aquello de “cuando dos o tres están reunidos, Jesús está en medio” (Mt. 18,20). En el fondo esa figura del poliedro, el caminar juntos, la pirámide invertida, son figuras que nos pueden ayudar para orientarnos. Pero fundamentalmente es morir al amor propio, al querer o interés personal. Es estar al servicio y a la escucha de los demás. Porque es muy importante saber no solo dar sino, a veces, es más difícil saber recibir el don del otro. Cada uno de nosotros es don para el otro. Pero a veces estamos cerrados en nosotros mismos o estamos pensando en el dar, que es muy importante. Pero también es muy importante saber recibir, porque cada otro tiene para darme algo que es muy importante y que solo él puede darme. Y descubrir eso también es muy importante para la comunión y para la sinodalidad.

–En esa comunión también hay una cuestión intergeneracional. Y los jóvenes son vistos de una manera muy especial por el papa Francisco. También a través del Sínodo sobre los Jóvenes. ¿Cómo ve usted a los jóvenes hoy, especialmente a los jóvenes latinoamericanos, en este camino sinodal?

–Tienen una misión muy importante que es traer la novedad, lo que están viviendo, algo nuevo, algo distinto. A veces hasta en cosas puramente materiales; a lo mejor que un chico sepa operar a través de la computadora o el teléfono celular, ¡que yo no sé! Aún en eso, pero sobre todo en muchas otras; por ejemplo, los jóvenes tienen unas antenas para ver por dónde van las cosas hacia el futuro y los viejos más bien traen la sabiduría de la tradición. De tal manera que me parece que ahí hay una misión muy importante de la juventud en la Iglesia, hacia una novedad a la cual nos guía el Espíritu Santo.

–¿Cómo ver signos positivos, además de los que usted fue nombrando, hacia esta cultura del encuentro que promueve el papa Francisco en medio de tantas cosas negativas y dificultades que hoy vivimos a nivel sociocultural, en la humanidad misma?

–Hay muchas más cosas positivas, de las que nos damos cuenta. Lo que pasa es que no tenemos ojos para verlas. Si hay una situación negativa y difícil es la de Venezuela. Hay un libro del padre Pedro Trigo: ¿Dónde pasa hoy Dios por Venezuela? Y él encuentra muchísimo, especialmente en la gente sencilla que vive esta situación; a veces no tienen medicamentos o no tienen alimentos, pero están en paz, buscando lo mejor. Es decir que si tenemos ojos, vemos. Porque normalmente nos fijamos más en lo negativo.

Hay dos propuestas que me ayudan. Vuelvo a citar a von Balthasar y luego, al filósofo Paul Ricoeur. Von Balthasar, basándose en el Apocalipsis, dice: “van creciendo el bien y el mal”. Es decir que al mismo tiempo que va creciendo el mal, va creciendo el bien. No es solamente que crezca el mal, ¡crece el bien! Pero quizás es mejor lo que dice Paul Ricoeur, que era un filósofo protestante, muy buen cristiano. Él habla de las categorías de la esperanza. Dice que son categorías, no necesariamente solo teológicas, sino también de la filosofía, que él llama del “umbral”: que está acercándose a la teología, pero se mantiene en la filosofía, según él. Hay una categoría que la toma de san Pablo: “en donde abundó el pecado, sobreabunda la gracia”. Es un poco lo que yo citaba respecto del martirio, como en el caso de los mártires riojanos. Allí abundó el pecado. Pero ahora sobreabunda la gracia, que por medio de ellos nos llega. Y así pasa con muchos casos. De tal manera que esa categoría de la esperanza de Paul Ricoeur la tenemos que tener en cuenta. Son tres, no las citaré a todas, pero la tercera es la más importante, la llama de la “sobreabundancia”. Es decir, donde abundó, sobreabundó. Y de hecho, en este momento yo lo veo en la filosofía, citaba a Jean-Luc Marion, pero se puede citar a otros filósofos, también en Latinoamérica, que dan importancia a esto: al tema del encuentro, al tema del otro, al rostro del otro, como Emmanuel Lévinas. Al tema del don, que lo descubren a nivel filosófico porque se está dando también a nivel de la realidad cotidiana.

–Hay un sínodo que se realizará próximamente, el sínodo panamazónico, que justamente incluye esta idea de sinodalidad de la Iglesia y también del cuidado de la casa común. ¿Por qué la importancia de un sínodo de esta naturaleza en el hoy de la historia?

–Porque se tiene en cuenta la casa común. Además, son ocho o nueve países que están involucrados directamente. Pero también porque se reivindica a esos pueblos originarios del Amazonas. Para que la Iglesia tenga un rostro amazónico, así como acá tendría que tener un rostro argentino, o en otras partes japonés o africano. También está el tema de la inculturación del Evangelio, al cual el Papa le da importancia. Tomando carne de la cultura, tomando lo bueno y criticando lo malo que pueda tener, para resucitar un mayor humanismo. Pero al mismo tiempo la interculturalidad. Es decir, que uno vive su fe cristiana dentro de una cultura particular y, al mismo tiempo, en diálogo con las otras culturas que se van enriqueciendo mutuamente. Esto también es una especie de sinodalidad. Vemos así la importancia que puede tener aún para nuestra cultura, para la cultura europea, pero para la cultura mestiza latinoamericana, sobre todo, el diálogo con estas culturas amazónicas, que una de las cosas que nos pueden enseñar, por ejemplo, es el cuidado de la madre tierra o el valor de sus tradiciones ancestrales. De tal manera que el diálogo con estas culturas también enriquece a las demás culturas, aún a las que están más lejanas geográficamente.■

Juan Carlos Scannone

Juan Carlos Scannone (Buenos Aires,1931) fue un teólogo jesuita y docente argentino. Fue uno de los principales referentes de la escuela argentina de la Teología del Pueblo, rama autónoma de la Teología de la Liberación. Obtuvo su doctorado (Ph.D.) en la Universidad de Munich (Alemania). Fue uno de los profesores más influyentes de Jorge Bergoglio. Fue profesor emérito de varias universidades de la Argentina y de Europa. Presidió el grupo de investigación en DSI de la ODUCAL (Organización de las Universidades Católicas de AL) y en ella representó al CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano). Participó como experto en numerosos encuentros del CELAM, y de otras organizaciones de la Iglesia: CLAR (Consejo Latinoamericano de Religiosos), Adveniat (Alemania), etc.; fue colaborador permanente de la conocida publicación italiana, la Civiltà Cattolica. Formó parte del grupo de estudio de Antropología Trinitaria. Falleció el 27 de noviembre de 2019, meses después de haber concedido esta entrevista.

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